Gabriel ya está en
Macondo. Quedaron atrás los funerales de la Mamá Grande que recordaron la mala
hora de aquellos cien años de soledad del náufrago feliz e indocumentado. Es la
crónica de una muerte anunciada, el otoño del patriarca de la palabra que huele
a selva y magia. Ni siquiera el amor en los tiempos del cólera pudo frenar sus
cuentos peregrinos en los que navegaba entre la hojarasca y los ojos de perro
azul cuya mirada, de amor y otros demonios, sugería cómo se cuenta un cuento
poniendo los sueños en alquiler. Acaso aquellas cartas, que nunca recibió el
coronel, fuesen la clave que desvelase la increíble y triste historia de la cándida
Eréndira y su abuela desalmada, siguiendo el rastro de su sangre en la nieve o
la memoria de sus putas tristes. Tenía Gabriel la bendita manía de contar y
escribir historias y reportajes. Y ahora, viendo llover en Macondo, seguramente
habrá instalado una oficina clandestina para hacer eterna su palabra.
Carlos Moreno
¿Quién era Gabriel García Márquez?